LA EMOCIÓN Y EL SILENCIO COMO SUPREMA PRESENCIA EN LA PINTURA DE SACHA TEBÓ
“En la obra pictórica y escultórica de Sacha Tebó no solo confrontamos uno de los más preclaros y sensible creadores del arte caribeño que profundiza sobre nuestras devastaciones ontológicas o sobre la cuestión identitaria, sino también una compleja y vital elaboración simbólica del sentido de la tierra, la naturaleza, el espacio- tiempo y la consciencia latinoamericana”. Amable López Meléndez, 20013.
TESTIMONIO. Conocí al artista de origen haitiano Sacha Tebo, como parte de los frenéticos y esperanzadores estados emocionales y de esperanza que normaron los primeros años del proceso de formación del gran proyecto intracaribeño Bienal del Caribe y Centroamérica, gestado por un grupo de pujantes jóvenes que para entonces, con el gestor y Director del Museo de Arte Moderno de la Republica Dominicana Porfirio Herrera; en el bullir de esos afanes y un acercamiento a su obra totalizadora descubrí a un artista de esplendor y resistencia que apostaba a las formulaciones del antillanismo, nacido desde los principios ideológicos de José Martí, Juan Pablo Duarte, Emeterio Betances y Gregorio Luperón: El Caribe unido y como centro orbital de la profundidad de nuestro propio ser, de nuestro territorio, de nuestra belleza natural y de nuestras lagrimas.
Años después, el Maestro que asumimos como hermano dominicano se estableció en Santiago de los Caballeros, allí montó su taller, y por vía del prestigioso escultor dominicano Bismarck Victoria, gran amigo de Sacha, acudí a una invitación que este me me hiciera, momento que consideré oportuno para hacerle una entrevista, naciendo de ese encuentro un texto crítico que posteriormente la crítica de arte y curadora doña Marianne de Tolentino, publicaría, destacándolo en portada en la Revista Cariforo bajo su dirección; y luego publicado en varios catálogos de exposiciones internacionales del artista, antes de su fallecimiento a destiempo.
Ahora, justo ahora, su amorosa e inseparable compañera como preservación y permanencia de la memoria de su gran arte, propicia junto al dinámico equipo de la Fundación Tebo, la exposición “Travesía en Sugar”, la que visite redescubriendo la sensible capacidad inventiva y dominio técnico de este grande hombre del dibujo, la pintura y la escultura; un verdadero orgullo del arte caribeño y latinoamericano.
SACHA TEBO EN LA MEMORIA
Viejos y tradicionales arquetipos sostienen todavía hoy la errática configuración modélica que define la concepción y naturaleza de la cultura caribeña, como un componente activo de la industria turística internacional.
Desde el propio Charles Baudelaire hasta nuestros días, Occidente y una gran parte del resto del mundo tienen como modelo prefigurado al Caribe como una región de pequeños Estados en los que aún reinan las tipicidades propias de lo salvaje, exótico, gracioso y sobrenatural.
Se trata del mismo proyecto de industria turística que desde hace muchos años se diseñó para una acción de recreo y redescubrimiento de nuestra cultura, gente y geografía; juicioso y morbosamente dirigida desde los centros de poder mundial, con una perversa, permanente y directa complicidad de los resortes de poder que norman los destinos políticos, económicos, ideológicos y culturales de nuestras pequeñas naciones.
Sin embargo, la realidad esencial es tangencialmente otra, dado que la gracia y el espíritu no occidentalizados de nuestra cultura son la más auténtica señal de nuestra identidad antropológica y cultural.
Somos, en esencia, una cultura de pasiones reales y sueños que en otros mundos y otras culturas serían pesadillas o fantasías de otros tiempos; porque en nosotros, la mágica naturaleza que nos delimita, más la genética exaltada de nuestra hibridez etnológica y ancestral nos dan la gloria nacional de un filosofar propio, estudiado, postulado y visto hoy como la fenomenología de la caribeñidad, antropológicamente legitimada como propuesta teórica por Jean Price Mars en su libro “Así habló el tío” y Alejo Carpentier en su obra “El reino de este mundo”. Ambos teóricos caribeños, el primero de nacionalidad haitiana y cubano el segundo.
Ese pervertido silencio científico, histórico y cultural de Occidente frente al Caribe es lo que ha llevado a que en la casi totalidad de los textos sobre historia del arte no aparezcan reveladas verdades de un gran valor documental y un gran estremecimiento histórico, como la que confirma que todo el andamiaje teórico de André Bretón sobre el surrealismo en la pintura, fue substanciado en su máximo enriquecimiento, después de la nueva visión que le proporcionó el contacto experiencial de su presencia por las tierras del Caribe, básicamente durante su visita a Haití y a República Dominicana junto al pintor Wifredo Lam.
Los que fueron manifiestos teóricos y postulaciones ideológicas sobre la libertad absoluta asociada al proceso de creación, quedaron patentizadas como posibilidad superior al teórico francés poder contactar, percibir y comprobar con ojos y manos, que en la cultura y arte de nuestras tierras, las especulaciones exponenciales de sus visiones y ejercicios psicologís¬ticos eran una realidad posible y cotidiana entre nosotros, en nuestro pensamiento, nuestra estética y nuestro arte.
Bajo esa ceguera aparente y ese silencio cómplice de nosotros mismos, ha estado mirando el mundo nuestra realidad cultural, falseando la real identidad de nuestro arte. Sin embargo, desde otros escenarios del arco antillano, donde Haití es eje potenciado por su particular historia, tradición y atípica realidad política y social, han nacido discursos de una magistral excepción en la manifestación desnuda de su voz; capaces de dar reales y verdaderas lecciones de aporte al más elevado sistema de lenguajes del arte moderno universal. Como ejemplo más inmediato, bastaría referirle las formulaciones estéticas del propio Wifredo Lam.
Precisamente en Haití nació la voz, conciencia y manos creadoras de uno de los hijos más excepcionales del arte caribeño contemporáneo. Hablo del pintor, dibujante, escultor y arquitecto Sacha Tebó (1934-2004), portador de una personalidad artística privilegiada, forjada a partir de sus estudios de ingeniería y arquitectura en Haití, Miami, París y Brasil. Su arte ha sido exitosamente exhibido en prestigiosos museos y galerías de arte del Caribe, Estados Unidos, América Latina y Europa, encontrando en cada escenario el respeto y reconocimiento excepcional de la crítica de arte especializada.
Como suma la genética y esencialidad del espíritu haitiano que define y marca la personalidad de Tebó, son los diez años de formación y experiencia artística de búsqueda incesante que permaneció en Canadá, los que le abrieron el pecho y la conciencia hacia otras formulaciones estéticas menos esquemáticas, y en cambio más próximas a los códigos de un arte más universal; permitiéndole conjugar como presupuesto creativo una empresa visual que unifica en su obra lo ancestral y lo universal, traduciéndose en el espectacular y exquisito lenguaje plástico que definimos hoy como un discurso de excepción estilística y conceptual, apegado a la caribeñidad como aproximación estética y cultural.
Su obra es una radical negación de toda estética o formulación visual áulica, complaciente o cortesana, su arte es palabra de la conciencia, alfabeto de la memoria, escritura del viento cálido, lanza de un guerrero que conoce los supremos poderes de la vida y de la muerte; que conoce la soberanía de la razón y el delirio, y que sabe la significancia religiosa, panteísta y sagrada de la mujer, las aves, el caballo, el aire, el fuego y la naturaleza.
Tanto su lenguaje dibujístico como escultórico, unidos a la discursiva visual de su pintura, constituyen un acto único, un presupuesto plástico templado y verbalizado, sin que se intuya una separación de géneros que provoque una posible lectura que desarmonice las funciones estéticas y culturales más esenciales de su discurso visual. Su arte es unitario y triangular en sus tres géneros y medios de expresión. En su arte, Sacha Tebó habla desde los códigos del silencio y el vacío, a partir de un lenguaje de configuración cuneiforme como si la estructura dibujística que sostiene el andamiaje de sus pinturas naciera desde el fondo de una herida fría, congelada sobre la cera que como recurso técnico encáustico aplica sobre la superficie télica.
Su obra es caligráfica y escriptural, como evolucionada desde los hornos de un fuego silencioso, misterioso, divino y armónico, desde el que la línea emerge fría, danzando como la absoluta manifestación del dibujo y de la forma, alargándose sinuosamente por todo el territorio de la super¬ficie télica encerada, siempre dentro de una atmósfera solemne y ritual.
Presentándonos, a partir de esa experiencia técnica y estilística de la encáustica, una serie de sensuales modulaciones visuales que a la manera de petrificaciones arqueológicas capturan mundos idealizados en la aurora caribeña: mujeres, aves, caballos, tormentas y colores expuestos como revelaciones oníricas, astrales, cósmicas, esotéricas y ancestrales.
Para Sacha Tebó, la línea es la simbólica y sígnica sustitución de la escritura de los dioses; él afirma esa presencia como un acto sagrado y ritual en su arte, concibiéndolo visualmente como una acción mediática a través de la caligrafía y gestualística de su dibujo; al que le imprime, en todo su espectro óptico visual, la rítmica de un orientalismo que lo aproxima a la más pura y racional estética del caligrafismo japonés, que se caracteriza, como todo el arte oriental, por ser portador de una semántica de lo humano como estética y pensamiento esencial.
La atmósfera que respira su arte está normada por el silencio, la armonía y las sublimes tensiones del mundo Zen, proyectando hasta nosotros las ansiedades excitantes de un arte que nace desde la gracia de lo oculto, desde el milagro de la sabiduría y la sensibilidad profunda.
Desde mi primer contacto perceptor con la obra del Maestro caribeño Sacha Tebó, advertí que probablemente estaba ante uno de los mejores intérpretes de la palabra y el sentimiento del viento… y es evidente que él habla con el viento y el vacío, la oralidad y la memoria en su obra, provocando el nacimiento de sueños y primaveras, incitando además una visualización de fórmulas que santifican, bendicen, ungen y también sedan a malvados y demonios, utilizando los maravillosos símbolos iniciáticos de su arte, consagrados desde su mente y su mirada, sólo para el mágico suceso de la creación, expresado tanto en sus pinturas como en sus dibujos y esculturas.
*Crítico de arte. Curador. Consultor cultura
Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte-Unesco, y de la Asociación Dominicana de Críticos de Arte Adca.
Por. Abil Peralta Agüero