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LA OBRA PERDURABLE

El Comercio

Ecuador, 16/02/83

 

LA OBRA PERDURABLE

Por Francisco Tobar García

Dejo el trabajo.  Camino de un lado al otro dentro de la casa que a estas horas se halla en perfecta calma.  Sólo el ruido del viento juega con los árboles, como si fuesen dedos que hurgaran en una larga cabellera.  De pronto me detengo ante un cuadro.  Lo he visto más de cien veces.  Es un lienzo firmado por Sacha Tebó.  Hay una mujer que mira hacia el horizonte, una barca, el mar en la lejura, y el cielo sobre la calma del día.  Ella mira hacia allá, la lejanía, la vida, la esperanza.  Y en ese cielo puro, una forma extraña, un pájaro que ensaya el vuelo hacia el día de mañana.  La obra me parece como uno de los mejores regalos que me hayan hecho.  Este lienzo y aquel dibujo que un día, en Madrid, me regalara ese hombre intacto que es Eduardo Kigman.

 

Ayer estuve en casa de Sacha.  Me había llamado para que viese parte de la obra que presentará en esta capital y luego lo que habrá de enviar a Quito.  Este hombre singular tiene la virtud de darme calma, de sosegarme.  Es enteramente positivo, como sus telas donde cabe la esperanza, donde se obra un constante prodigio.  Obra de luz, de perfecta reconciliación con el mundo.  De vez en cuando, en alguna de sus telas, hay una nota de interrogación o una pizca de humorismo.  Pero, por lo general, siempre triunfa la luz, del dolor puro, la armonía.  Siempre en sus cuadros está la mar, la vida interrumpida, como ese raro momento que buscamos siempre, que quisiéramos eternizar.  Por eso amo la pintura: es el tiempo transformado en espacio, es la vida detenida, el tiempo desrealizado, hecho quietud.  En la más bella música, siempre esperamos ese momento en el cual se unen, por ejemplo, el piano y el chelo.  Más, pasa y uno se queda con mayor hambre, con deseos de escuchar otra vez la parte predilecta.  En la lectura también el tiempo pasa, aunque quepa la relectura, la contemplación de la belleza en su estado de mayor pureza.  Más en la pintura está el tiempo el tiempo detenido y nuestros ojos sorben esta delicia.  Por eso no me gusta la pintura dislocada, la impostura de los pintores que no aman la pura belleza, que no beben en la fuente de la calma y que al pintar, sacan todo lo negativo que llevn en sí.  Así, poco de Picasso me agrada.

Prefiero la inocencia de Miró.  Por eso amo la pintura de Tebó, que es iluminación, esperanza, aunque repita la palabra, mas esa es la verdad.

Ayer ví otro de sus lienzos empapados de luz.  Otra vez la calma de la mar, otra vez el cielo en la lejura, lleno de un color armonioso, pero no por eso menos soberbio.  Mi compañera se detiene perpleja y habla con Sacha de este nuevo descubrimiento.  ¡Qué maravillosa verdad hay en este lienzo, cuanta calma y cuanta verdad! Sólo lo verdadero es perfecto, es bello, es armonioso.  La calma que brinda el hombre es total.  Bebo en silencio mi cerveza y comento con raro entusiasmo.  Sacha debe sentirse ufano, mas nada dice, comprende también nuestro silencio que no es otra cosa que admiración.

Si ahí está la obra perdurable, la creación pura, la fe en el hombre.  El tiempo se ha detenido, y sin embargo, fue el día de ayer.

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